20250929

Formación ciudadana para niños: ¿vale el esfuerzo?


Depende. ‘Sí’, cuando reforzamos el mismo mensaje en todas las dimensiones existenciales de la criatura, con hechos antes que con palabras. ‘No’, si en casa la enseñanza práctica es «el que no transa, no avanza», indistintamente de lo que digamos en voz alta.


Tu hija/o no tiene INE (DNI, para quienes leen allende México); ni siquiera edad mínima para comprar cerveza (o ser juzgada/o como adulto en la corte, que van de la mano); mucho menos tiene personalidad jurídica para hacer un trámite escolar o burocrático... Pero no cometas el mismo error de quienes esperan a terminar la carrera universitaria para conseguir su primer trabajo: el tiempo para preparar estos escenarios es antes, así como el artista ensaya sus parlamentos, entonación y movimientos debajo del tapanco y detrás del telón; no aparece ante el público (la sociedad, en nuestro caso) transformado mágicamente en un experto.
Desde que la infancia va dejando lugar a la niñez (típicamente, cuando el nene comienza a caminar; a lo más, cuando pide por sí mismo ir al baño), comenzamos a aprender, por las buenas y las no tan buenas, las reglas de convivencia social. Y ¿qué es la ciudadanía? Pues la convivencia entre adultos ‘civilizados’.
«Eso no se toca», «llámala ‘tía’», «tira esa basura en el bote», «pídelo ‘por favor’», «apaga la luz cuando salgas», «di ‘gracias’»: ésas son las piedras fundacionales de la estructura convivencial que, tras alcanzar cierta edad, certificamos como ‘ciudadanía’; es decir, el INE/DNI no otorga el carácter de ciudadano, solamente lo certifica: como sociedad, validamos que el individuo ya es capaz de contarse entre nosotros, tanto para exigir derechos como para cumplir obligaciones.
Sin embargo, los adultos nos comportamos de maneras incoherentes. Exigimos del niño actitudes distintas de las que demandamos: llamamos por apodos a personas que de frente son ‘don/doña’; botamos la envoltura de las botanas a donde dé la mano, exigimos de un funcionario que haga la vista gorda en un trámite, dejamos ser una fuga de agua potable o trampeamos el medidor de electricidad... ¿Qué pesará más en la formación de las criaturas? ¿Lo que decimos de vez en cuando o lo que siempre nos ven hacer? ¿Lo que oyen decir a la catequista, la profesora, el instructor de nuestra «escuela de fin de semana» unas cuantas horas, o lo que el resto del día (y todos los días) es el «modo de ser y hacer» entre los adultos que más ama, respeta y admira como personas funcionales?
¿Qué más es la ciudadanía? A mí me gusta definirla como «el respeto activo al espacio público» (no busques esta definición en el diccionario, es mía). En estas palabras caben igual los DERECHOS (educación y salud de calidad, vida y trabajo dignos; servicios públicos suficientes; respeto a la opinión, la ideología, la autoexpresión y la autoidentificación) que las OBLIGACIONES (lo mismo, pero de aquí para allá: lo que exijo, también lo doy).
Repito aquí un ejemplo que gusto de compartir en mis academias de la Unidad, por simple y cercano para los chicos: los automovilistas (que incluye motociclistas), ciclistas y peatones tienen (o tienen derecho a) espacios seguros y apropiados para circular por la vía pública: carriles, ciclovías y banquetas (aceras, para los no mexicanos). ¿Cierto? Pero he aquí que un motociclista invade la ciclovía porque vio un bache en su carril, allá adelante; el ciclista mira la acción e invade la acera para no ser arrollado; un peatón concentrado en el mensaje de su «peor-es-nada» percibe de pronto en su visión periférica al ciclista y baja al asfalto, por la misma razón. Y un automovilista también distraído con el celular, termina atropellando al peatón. 
¿Quién es el último culpable en esta cadena de calamidades? Pues quien/es no pagó/aron sus impuestos municipales, que es con lo que se financia la reparación de los baches. Ah, y el/los que iba/n con la vista en la pantalla en vez de cuidar el camino.
Pero el ejemplo no termina en «encontrar culpables». ¿Cómo pudo prevenirse esta situación?, pregunto a mis chicos. Las respuestas sorprenden: desde mentarle la madre al gobierno por no mantener el asfalto, hasta «el peatón está p*ndejo». Alguna bienaventurada vez, alguien dice «todos tienen obligación de ir atentos a lo que pasa y reaccionar con prudencia»; raramente, «debieron respetar su espacio y el de los demás».
Lo que vuelve peculiar a la CIUDADANÍA y la CIVILIDAD, está en el mismo origen de estas palabras: ciudad. No es que el espacio público deje de ser importante en el campo, el mar o la montaña (en estos días de preocupación ecológica y alimentaria, su relevancia es toral), sino que en el entorno urbano estamos tan hacinados, que el respeto (o no) al espacio vital propio (derecho) y ajeno (obligación) forzosamente tiene consecuencias para el yo y el otro; cualquier acto, palabra o decisión del individuo produce una carambola social, para bien o para mal. Y más vale que sea para bien.


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Entonces, ¿vale la pena empeñarnos en la formación ciudadana de los niños, siendo que todavía no tienen edad legal para exigir derechos ni para ser sujetos de obligaciones? Pues he aquí que sí tienen derechos y también obligaciones, aunque muchos de ellos no sean positivamente sancionados por la colectividad. Existen de hecho organismos oficiales que supervisan los «derechos de la niñez», y el hogar mismo es el primer sitio donde se les exige el cumplimiento de obligaciones, acordes con su desarrollo y su capacidad. 
Que hagas asistir a tu criatura a la escuela, formación religiosa y la organización juvenil, muestra tu interés en que ensaye desde hoy para tener éxito en el escenario de la vida, cuando sea el momento de exigir e imponerle el carácter de ciudadanía. Cuánto valga la pena este esfuerzo, al final y desde el principio, depende de ti y de todos los familiares adultos que fungen como sus modelos. Por favor, cuiden la coherencia entre sus palabras, actitudes y acciones; nosotros —catequistas, profesores, instructores— sólo estamos aquí para ayudarte a reforzar el mensaje.


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Una última nota, ya que la credencial del INE es el documento que acá nos permite votar por los funcionarios públicos: la democracia no termina con cruzar una papeleta y echarla a la urna. El «gobierno del pueblo» (eso significa ‘democracia’) era, para las polis griegas, la obligación de que cada ciudadano viera por el bien de los demás, no solamente el derecho de elegir a otro para que lidiara solo con los problemas colectivos.
Sí, votar por nuestros funcionarios uno de los derechos anejos al carácter de ciudadano, pero lo es también la obligación de servir a los demás, al menos exigiendo a los elegidos que hagan el trabajo para el que los pusimos ahí.
Qué hermoso será ver, en ese futuro, ser votados a estas/os chicas/os que tanto nos hemos esforzado en educar para que disfruten «vidas victoriosas», por sí mismos y para la sociedad.



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