20080202

Romanticismo no es cursilería


Durante un buen tramo del siglo xx y lo que va de éste, hemos dado en creer que la música «romántica» y todo lo que lleve esa etiqueta, se refiere a situaciones idílicas, bobas más que ingenuas –cursis–, protagonizadas por un hombre y una mujer más parecidos a niños que a personas encaradas a una decisión de por vida.

Basta comparar la obra de Ludwig van Beethoven o Frédéric Chopin con las canciones de Los Temerarios para comprender por qué los fundadores de esta escuela seguramente se retuercen en sus tumbas.
Porque nada hay más opuesto al espíritu del Romanticismo –con mayúscula– que manos sudadas y mariposas en el estómago; si en eso consistieran la estética y filosofía del movimiento que caracterizó las artes durante medio siglo xix, habría vivido pocos años y hubiera dejado, si acaso, una huella marginal en la historia. Sin embargo, tuvo la fuerza suficiente para dar el nombre por antonomasia a las personas, situaciones y obras que aspiran a más, que luchan por la pureza de sentimientos e intenciones; comprometidas con una honestidad brutal hacia sí mismas y el mundo.
Y más que eso, el Romanticismo es ya una constante de la cultura occidental, pues desde su nacimiento echa brotes en toda época y pueblo: muy temprano en el siglo xx, surgió la Escuela Nacionalista en la música orquestal, a tono con las revoluciones y guerras que caracterizaron esa época –recordemos a los mexicanos Silvestre Revueltas y José Pablo Moncayo; los estadounidenses George Gershwin y Aaron Copland; los rusos Nikolai Rimsky-Korsakov y Módest Músorgsky; a mediados, el género popular del rock & roll, que en su original expresión Buddy Holly, Jerry Lee Lewis, Chuck Berryfue una música vigorosa, casi violenta, con letras tan rebeldes, cuestionadoras y obcecadas como los románticos decimonónicos.
En el último tercio de la centuria pasada, el ámbito anglosajón vio el nacimiento del folk, que no es folclorismo sino una vuelta a estilos musicales tradicionales para arropar letras con compromiso social e inquietudes existenciales, mientras en el mundo iberoamericano surgió la «nueva canción», que mucho debe a los adalides del folk como el legendario Bob Dylan y los folcloristas sudamericanos Atahualpa Yupanqui y Violeta Parra. Respecto a nuestro siglo, aunque aún es temprano hablar, tenemos a los «góticos» o dark, quienes han asumido el lado más pesimista del Romanticismo como una crítica actuante de la Postmodernidad.
En el mejor caso, las canciones e historias «rosas» son sólo un subproducto (casi un desecho) de la «energía residual» del movimiento romántico, aunque más bien proceden de una comprensión intencionalmente limitada de sus premisas, para hacer productos fáciles de digerir. No debe ser así. La auténtica música romántica censura la hipocresía, hace preguntas incómodas al ‘yo’ y a la sociedad; exige mirar más allá... y más alto.



















Léelo como se publicó en el Semanario Arquidiocesano de Guadalajara.


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