20080410

Algo así como el principio

Señor: muéstranos el camino
y danos el valor de seguirlo;
que sea una obra tuya
y no capricho de nosotros.


Tengo mucho qué agradecer a Cultura Pro Guadalajara / Ediciones Católicas de Guadalajara / Creator Comunicaciones –ultimadamente, el Centro Católico de Comunicaciones Cardenal Juan Sandoval Íñiguez– y, en primer lugar, a don Antonio Gutiérrez Montaño.


Me dieron la oportunidad, cuando volví a mi ciudad en 2002 sin nada, ni siquiera el prestigio –ése quedó extraviado por las callejuelas de cierta ciudad del Bajío–, de trabajar y ganarme dignamente el pan.
Sin más preguntas que las indispensables sobre mi calidad moral ni mi apego a la doctrina, sólo con la «hoja de vida» enfrente, don Antonio me abrió la puerta del Semanario Arquidiocesano, puso a mi disposición un escritorio, una silla y una computadora, y depositó en un casi ateo la confianza de supervisar la calidad de contenidos de un periódico católico.
Luego, me invitó a trasladarme a una empresa nueva, como coordinador de diseño, con computadora nueva y aumento de sueldo, y aunque al poco tiempo mejor dejamos la coordinación en mejores manos y del sueldo luego fue mejor no hablar, desde entonces van para seis años de constante aprendizaje, retos profesionales y crecimiento familiar.
De ser un mero corrector de estilo y analista de información, gracias a este empleo ahora me cuento, con todo realismo, entre los pocos diseñadores editoriales de este país con calidad probada; he aprendido de la Iglesia lo que el laico promedio quizás no alcance en toda una vida; he aprendido de impresión, terminados, diseño gráfico, trabajo en redes informáticas, software por montones...
Pero ya es el momento de seguir por otro camino. Precisamente, gracias a la oportunidad que se me brindó al ingresar aquí, el 22 de marzo de 2002, se han abierto nuevas relaciones en mi entorno, y oportunidades que no puedo darme el lujo de despreciar. Agradezco nuevamente a don Antonio y el CCC, porque sin ellos no estaría yo ahora favorecido así por la Providencia, y sería un pecado imperdonable dar la espalda a las ofertas que me hace Dios.
El CCC es casi un proyecto personal, pues me ha costado en vida, y lo he regado casi con sangre, y con harto sudor. No es sólo de don Antonio, del Consejo ni de la Arquidiócesis: es mío en el sentido que uno siente suyos los hijos. E igual que a los hijos, llegó el momento de agarrar cada quién su camino: no tiene mucho más que darme, ni yo mucho más que darle a él. Seguir juntos sería echarnos a perder uno al otro.
Ahora se ha presentado la coyuntura adecuada para separarnos, y sobre todo lo que tengo qué agradecer, se suma agradecer a la administración que, en un país donde la ley sirve para aventar avioncitos por el aire, se esforzara por apegarse a la legalidad, en la medida que la legislación se deja comprender.
Así que ruego no hacer caso de nadie que diga otra cosa: quedamos en paz, el CCC y yo; me voy agradecido por la civilidad con que nos decimos adiós; por los aprendizajes, por lo que hemos visto nacer y crecer, por la confianza puesta en mí; por darme un piso firme para rehacer mi vida cuando volví –hijo pródigo de Guadalajara– sin nada en el monedero, en la maleta, el alma ni el directorio. Gracias a esta oportunidad he vivido dignamente, he rehecho mi vida y mi red de relaciones, sobre bases más sanas que las dejadas cuando emigré al Bajío...
Que nadie preste oídos a murmuraciones encaminadas a lo contrario. Los alegatos que pudimos tener, fueron dirimidos en su tiempo con quien tenían que tratarse, con la confidencialidad debida, y hasta obtener, la empresa o yo, o don Antonio y yo, una respuesta satisfactoria para ambas partes. Mi salida hacia nuevas oportunidades profesionales y personales también fue tratada así, y no responde a nada más que la necesidad, sentida igual por el CCC y por mí, de seguir cada cual caminos diferentes.
Así que me dispongo al nuevo rumbo; desempolvo el hábito de peregrino, las sandalias y el cayado. Estuve inmóvil más tiempo del debido.


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