20091021

Tabaco


Encendí mi primer cigarro a los 13 años. Aunque el delicado aroma del tabaco rubio pronto quedó en puro gusto a cenicero, la necedad me enganchó aun antes que la nicotina, y durante dos décadas probé cuanta variedad y modalidad de tabaco pude pagar, buscando nuevos aromas y texturas.

Siendo el único abstemio en una familia de fumadores, encender el primer cigarro mío fue, sencillamente, el paso natural de ser fumador pasivo a no depender de la nicotina de los demás. Desde el desparpajo calculado con que mi abuela y su hermana Dominga echaban bocanadas de olor penetrante y escupían hebrillas de sus Faros cuando se juntaban a tejer o bordar, hasta la natural sofisticación con que mi madre y sus jefes fumaban sus cigarros de marcas impronuciables durante las juntas o en las sobremesas de las frecuentes comidas de trabajo, abundaban los modelos de adultez en que el tabaco desempeñaba un papel cultural importante, excepción hecha de los padres salesianos, el capitán O’Hara y el entrenador de basquetbol, que, francamente, me parecían muy aburridos.
Aunque todos fumaban en casa y en el trabajo de mi madre, nunca gocé de carta blanca para hacerlo. Había conciencia de que es un hábito perjudicial, así que fui fumador más o menos clandestino hasta los 18, y recatado hasta los 21, cuando me fui a vivir solo y gané el reconocimiento a mi adultez. Era mucho más factible que bebiera una cerveza en familia, o incluso ponernos una papalina formal, que sólo pensar en encender un cigarro frente a mi madre, sus compañeros o mis tíos.
Entretanto, llegó la histeria colectiva, moda burguesa o lo que sea de satanizar el tabaco y a los fumadores. En la medida que se reducían los espacios «aprobados» para fumar, yo asumía una postura cada más militante y contestataria, fumando en lugares y tiempos desafiantes, incluso instigando a figuras de autoridad (léase ‘profesores’) que también se sentían reprimidas. También fui cambiando de marca de cigarros, desde Marlboro Light, los más convencionales en el ambiente clasemediero de la preparatoria, pasando por Montana (más monteses, supuestamente, y favoritos del maestro Andrés Baca) para rematar con los Faros, supuestamente en un homenaje a mi abuela, pero en realidad fue una toma de posición que iba bien con mi personaje jipioso y chingativo.


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