20131227

El universo simbólico del Pentathlón


El cultivo de la fantasía es un medio excepcional para imbuir valores, actitudes y comportamientos en los niños y adolescentes. Una de las características que mejor distinguen a las organizaciones juveniles de las escuelas formales es, precisamente, este ejercicio de la imaginación, dentro de un universo simbólico peculiar que enmarca sus acciones educativas, y del que emanan sus frutos formativos. 


También el PDMU traslada a sus elementos a un universo simbólico, un «mundo aparte» de la mediocridad y lo ordinario, pero de ninguna manera «ajeno» a su realidad socio-cultural. Ahí, durante las actividades de instrucción, viven de una manera distinta a la cotidiana; ahí, las exigencias sobre sus facultades morales, intelectuales, corporales y materiales, se les presentan no como índices objetivos de evaluación, sino como las «reglas del juego» y, jugando (compitiendo, ejercitando, venciéndo-se y venciendo al compañero; construyendo una personalidad), forjan día a día su ser auténtico, se cultivan para llevar una vida plena y exitosa en el mundo real.
«¡Pero ésta es una institución militarizada! ¿De dónde te sacas que aquí hay un mundo de fantasía, que esto es un juego?» Pues sí, precisamente: hace decenios que ésta es una institución civil militarizada de formación integral, no más un agrupamiento complementario del Ejército que imparte adiestramiento físico y en el uso de armas, con el «valor agregado» de lo espiritual e intelectual. Más allá de las circunstancias históricas, en eso mismo, en ser civiles militarizados, se ha fundamentado nuestra ‘mística’ desde el inicio –como veremos más adelante–. Siendo una institución civil, ser y actuar a la manera castrense revela la adopción, más que de cierta disciplina, de todo un marco simbólico para interpretar y normar la existencia cotidiana. Y sí, es un juego, uno que jugamos muy en serio, pues abre el camino hacia una vida honorable en el sentido más amplio. En modo alguno se trata de un ‘pasatiempo’ inocuo; por el contrario, es un medio (‘ejercitamiento’, ‘deporte’ y ‘representación ritual’) para desarrollar la voluntad, la fuerza y la virtud.
Por la objetividad intelectual que –presuponemos– caracteriza el estilo militar, soslayamos la importancia de los símbolos y la imaginación, poniéndonos a nosotros mismos en clara desventaja ante la oferta de otras instituciones de aspecto más lúdico. Además, esta repulsión a siquiera pensar en términos alegóricos –aunque de hecho lo hacemos constantemente– afecta la eficacia de nuestra praxis educativa, pues dejamos que reclutas y cadetes, siguiendo su naturaleza, construyan por sí mismos universos simbólicos distorsionados y los reproduzcan como instructores, clases u oficiales en las generaciones ulteriores. Advierte GUIRAUD:
«Comencemos por saber que vivimos entre los signos y a darnos cuenta de su naturaleza y de su poder. Esta conciencia semiológica podrá convertirse, en el futuro, en la principal garantía de nuestra libertad» [GUIRAUD, Pierre: La semiología. Siglo XXI Editores, México 1972, p. 133].
La necesidad de marcos simbólicos
Las grandes instituciones, comenzando por las religiones históricas, descendiendo hacia los Estados, las ideologías y las escuelas (como el PDMU), están construidas sobre un edificio simbólico propio, un «sistema epistemológico» donde los acontecimientos de la vida cotidiana son interpretados en clave trascendente; donde los actos humanos son ponderados en razón de una norma ideal [id., p. 77].
Más aún: los marcos simbólicos constituyen la esencia misma de la cultura –en la que se inscriben las instituciones arriba mencionadas–; son el cimiento de las civilizaciones. Puede trazarse con claridad el ciclo vital de éstas siguiendo el de sus marcos simbólicos, que entonces se erigen en «códigos culturales» [id., p. 80]: la consolidación de aquéllas, su plenitud, decadencia y extinción, se corresponden fielmente con las de su sistema de valores, su cosmovisión, su relación con lo trascendente, con lo terrenal y entre los hombres.
Todo esto es connatural al individuo como ser social, pues le es imbuido desde el momento de nacer. Como natural, le es imperceptible hasta encontrarse en una situación extraña a su código de interpretación del mundo; sólo entonces se le revela, por oposición y contrastación con «lo desconocido». Esto nos sucede cuando visitamos una comunidad remota u otro país; es lo que sufre el recluta en sus primeras semanas de instrucción, en tanto asimila las nuevas «reglas del juego» y las integra a su cosmovisión.
Percibámoslo o no –como vimos, lo más probable es que no–, también el PDMU y los pentathletas estamos inmersos en un mundo alegórico peculiar. En él están codificados nuestros valores, nuestros ideales, nuestros fines, nuestro método: es un «sistema homo-analógico» para la interpretación de la realidad tanto individual como colectiva, y para la proyección trascendente de la existencia [id., pp. 77 y 80]. Estamos ya tan familiarizados con él y sus consecuencias cognitivas, tan empeñados en «real-izarlos», que se encarnan como parte de nuestra naturaleza, se vuelven transparentes... Eso es, precisamente, lo que aspiramos a conseguir en cada uno de nuestros elementos, pero la eficacia del esfuerzo depende de la conciencia que nosotros mismos tengamos (o recuperemos) de ello.

Nuestro universo

Comparado con el de otras organizaciones juveniles, el universo simbólico del PDMU tiene la enorme ventaja de que –en teoría– no es ajeno a la realidad cultural de nuestros elementos. No se les aliena imponiéndoles una identidad alterna durante las horas de instrucción, sea mediante personajes de una historia exótica (como en el escultismo), atuendos estrambóticos (como en los clubes deportivos) o conceptos en lenguas desconocidas (como en las artes marciales). Todos éstos son excelentes recursos didácticos, sobre todo cuando se quiere imbuir y cultivar en el sujeto aptitudes o habilidades sin conexión previa con su realidad, pero también entrañan el riesgo de crearle «esquizofrenia funcional», de modo que lo aprehendido por su identidad alterna encuentra dificultades para trasladarse a la cotidianidad: ¿quién no ha conocido un esculta que sólo sabe hacer nudos con el uniforme puesto, un futbolista «de academia» incapaz de jugar «cascaritas» de barrio, o un cinta negra que en su escuela sirve de «puerquito»? También existe el riesgo de dar pie a la esquizofrenia patológica en sujetos predispuestos a ella: hemos visto «McGuiversitos» que en medio de la civilización a todo quieren dar soluciones de sobrevivencia, pamboleros fanáticos de su camiseta, y «mini-Chuck-Norris» que avanzan por la vida a puños y patadas. Por supuesto que son la absoluta minoría y son excepciones, pero su existencia demuestra los riesgos de sumergir al niño o adolescente en un universo simbólico exótico sin preparación suficiente, tanto en él como en su instructor.
A diferencia de aquéllos, nuestro marco simbólico nace en, vive dentro, y sublima el universo cultural mexicano, trascendiendo hasta el plano más alto del humanismo. Es heredero de símbolos milenarios llegados de Europa y de otros nacidos en nuestra tierra; es promotor y salvaguarda de nuestros Símbolos Patrios, nuestra historia, la civilidad y la solidaridad (véase más abajo lo relativo a nuestro concepto de ‘Patria’). Si en teoría es tan «familiar», ¿qué lo vuelve «fabuloso» para nuestros muchachos, en el triple sentido de ‘atractivo’, ‘excelente’ y ‘fantástico’? Primero, que no es tan familiar; la cultura mexicana se hace cada vez más secular, apática, desencantada, como claramente lo percibieron los Fundadores (llama la atención que ellos mismos empleen en la crónica oficial el sustantivo ‘desencanto’). En segundo lugar, por los signos exteriores. Las armas, los uniformes, las acrobacias gimnásticas y exhibiciones temerarias, hacen patente que el pentathleta es casi un superhombre, un muchacho superior a sus iguales, y genera la aspiración (deseo, ideal) de «ser como él».
En nuestras filas –debemos reconocerlo– también encontramos «Capitanes Petardo» que viven en el pasado («cuando éramos Reserva Activa», «cuando éramos militares de respeto», «cuando teníamos el SMN»...), incapaces de adaptar su ser y actuar a la circunstancia ya no tan nueva de ser una organización civil, y menos aún, de ajustar los programas de instrucción a nuestra no tan nueva realidad etal de niños y adolescentes, en vez de jóvenes y jóvenes adultos. Encontramos «mini-Rambos» que con el uniforme puesto le dan clases a los cadetes del HCM y los soldados del GAFE, pero de civil son el mismo gamberro que ingresó hace años a la Escuela de Reclutas. Encontramos «mini-Hitlers» para quienes el metalenguaje y la disciplina pentathlónicos son su ‘todo’, suplantando en ellos la dinámica relacional –mucho más compleja– de la vida cotidiana, degradando de paso su interacción con los demás.
¿Por qué ocurre esto, si el universo simbólico del PDMU deriva de nuestro propio contexto cultural? ¿Por qué el veterano se resiste a asumir su papel de co-formador y dejar de lado un pasado, una supuesta gloria y un modo de vida que no tienen posibilidades de ser sino dentro del fuero militar? ¿Por qué un joven se resiste a llevar a la vida cotidiana las actitudes y valores cultivados en instrucción, mientras que el otro es incapaz de discernir las diferentes situaciones humanas y adaptar su manera de responder a ellas? Esto deriva de una preparación pedagógica e ideológica deficiente entre quienes llevamos la responsabilidad de la instrucción; de la renuencia a dilucidar y racionalizar nuestro universo simbólico, ubicando conscientemente su función alegórica dentro del método de formación integral (espiritual, intelectual, corporal y material), que va mucho más allá de un mero «adiestramiento».
Vamos, pues, desgranando los conceptos que configuran nuestro universo simbólico, para darles su verdadero lugar, importancia y aplicación. Partamos de lo general hacia lo particular; de lo abstracto a lo concreto; de lo ideal al concepto, y del concepto a los signos externos, aunque no esenciales, sí manifestaciones de la esencia. Ojalá que esta sucinta jerarquización ayude a terminar con muchas confusiones que arrastramos y reproducimos en las academias.
  • Código cultural: la Patria.
  • Marco simbólico amplio (mística): el modelo militarizado.
    • El atleta como combatiente: deportista, universitario y militar.
    • Marcos simbólicos particulares: fraternidad, cadetería y oficialidad. 
    • El Pentathlón Menor-Infantil.
  • Patronos o modelos.
    • Los Héroes de la Patria. 
    • Los Niños Héroes. 
    • Los Fundadores. 
    • Héroes pentathlónicos.
  • Animales totémicos y mascotas.
  • Cromática: Gris, Azul y Oro.
  • Los signos exteriores.
Código: la Patria
Nuestro concepto de ‘Patria’ es prácticamente análogo al concepto antropológico de ‘cultura’:
«La CULTURA o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel ‘todo’ complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos o capacidades adquiridas por el hombre en cuanto miembro de la sociedad» [TYLOR, EB ‘Primitive culture’, en GARCÍA SIERRA, Pelayo: Diccionario filosófico].
«‘PATRIA’ es la nación de cada uno, con la suma de cosas materiales e inmateriales, pasadas, presentes y futuras; es la voluntad de un pueblo de afirmar su estilo de vida. En ella se integran todos los individuos y todas las clases» [Manual de Conocimientos Mínimos,  517].
«¿Cómo entiende el Pentathlón a la Patria? Como un principio absoluto y existente que cubre nuestras raíces históricas; en ella se funde una idea espiritual que nace en la conciencia de los auténticos mexicanos y una realidad material representada en la nación. La Patria es una unidad de tradición y raza, con un cimiento de la libertad y soberana independencia como condición para su grandeza» [id., 518].
«El respeto a la Patria no es un respeto autoritario y ciego sino comprensivo e inteligente, del que ve en la Patria una suma de esfuerzos heroicos ascendentes, de los cuales nosotros somos el resultado» [id., 527].
«...Comprende nuestra tradición y nuestra geografía; nuestros próceres y nuestro pueblo heroico. La Patria de ayer, hoy y mañana» [Código Fundamental«Simbolismo de la Bandera Guión», 5].
 ...Es decir, vivimos «en código de Patria»; bajo la guía de una aguda conciencia ético-moral según la cual, si todo acto social es cultura (‘Patria’ para nosotros), y si la sociedad humana es el constituyente primordial de la cultura / Patria; entonces: todo acto, palabra y pensamiento están encaminados al engrandecimiento del individuo pentathleta, entendido como el primer constituyente de la sociedad y de la Patria sobre el que él mismo tiene autoridad [id., «Ideario», 1, 5, 7...]; por el engrandecimiento del prójimo como ser idéntico en condición de mexicano y de ser humano [id., 6, 9, 14...]; de la sociedad familiar, escolar, religiosa y cualquier otro círculo relacional:
«La Patria es un recipiente total; capta todos nuestros actos: trabajo, conducta, etcétera. Mis actos positivos más insignificantes, aunados a los de millones de mexicanos, harán una Patria mejor» [Manual de Conocimientos Mínimos, 528].
Y todo esto, por la íntima motivación del individuo: «Aun cuando nadie te vea, pórtate como hombre, no esperando recibir el reconocimiento de ninguno para conducirle con dignidad» [Código Fundamental, «Ideario», 22].

Marco simbólico amplio: mística militarizada
Mi Cmte. Ad Æternum Dr. Jorge Jiménez Cantú define de una manera hermosa y concisa en qué consiste ser pentathleta:
«El Pentathlón vas más allá. La palabra ‘atleta’ quiere decir “combatiente”. El centro atlético del Pentathlón se refiere a ese propósito, a un centro de combatientes. Pero ¿para combatir a quién, con qué y a qué cosa? Combatientes en todos los órdenes de la vida. Combatientes por la dignidad de la Patria, por la evolución y progreso de la juventud; combatientes por la riqueza de nuestro suelo, por su unidad e integridad; combatientes por alcanzar [...] un desarrollo óptimo y pleno de la persona integralmente considerada, y combatientes por la dignificación de la familia, que es la piedra angular de la sociedad y de la Patria. [El Pentathleta] es un combatiente multiplicado que se proyecta en todos los órdenes de la vida social del hombre» [Conferencia; las cursivas son mías].
1. La primera consecuencia de ADOPTAR COMO MODELO DE VIDA AL ATLETA-COMBATIENTE, es la autoimposición del modelo de conducta militarizado. Pero al llevarlo a «todos los órdenes de la vida», deja de ser sólo un modelo disciplinario para erigirse en una ‘mística’: alcanza por igual el comportamiento, las aptitudes, actitudes, convicciones y creencias del individuo. Eso es lo que implica el nombre «Deportivo Militarizado Universitario». Implica –en los términos de nuestra ideología– el desarrollo de los aspectos espiritual / moral, intelectual, corporal y material [Código Fundamental, Art. 2]; alcanza el ejercicio de la solidaridad en lo material, las exigencias de la cadetería / univers(al)idad en lo corporal e intelectual, y los ideales de la vida caballeresca en lo moral. La importancia de estos tres puntos merece sendos párrafos; ahora no me extiendo sobre ellos porque cada uno tiene su propio espacio:
2. La segunda consecuencia es el desarrollo de un profundo «ESPÍRITU DE CUERPO» CIMENTADO EN LA SOLIDARIDAD Y LA FRATERNIDAD; primero, con los compañeros de institución (adopción de los signos de identidad) con quienes se sufren codo a codo el sol y el frío, marchando a un mismo paso y obedeciendo una sola voz. Después, conforme se asimila la ideología, se desarrolla una identificación con el pueblo mexicano, consciente y consecuente, de la que emana el espíritu de servicio y de sacrificio. Por último, esta expansión moral de la fraternidad deviene en un sentido de universalidad, de humanismo sin fronteras, que acompaña al...
3. SER CADETE. Si debiéramos condensar en una sola palabra todo lo que implica nuestra mística, ésta es la que mejor la contendría. Como «alumno de una escuela militar», el cadete está sujeto a una exigencia física y disciplinaria, sí, pero también a la exigencia intelectual y moral. Nosotros tomamos a nuestro cargo colaborar en la formación física, material y moral; apoyamos a la experta en formación intelectual, la Universidad (en términos más generales, a la institución educativa), proveyendo al muchacho los recursos para forjarse una disciplina de estudio, una guía ideológica firme y un foro para que ponga en práctica los conocimientos adquiridos. El cadete es un estudiante universitario que viste uniforme y está sujeto a una norma de vida, de modo que la cadetería no debe ser un fin, sino el medio para que el pentathleta potencie su formación, ampliando de manera constante su horizonte cultural (por eso el Pentathlón es «Universitario»), su sentido humanista, sus facultades físicas y sus logros materiales. Concedemos el título de ‘cadete’ no a quien alcanzó ya la meta profesional y personal, sino al recluta que demuestra el empeño necesario para alcanzarlas; a quien manifiesta un mínimo de autodisciplina y coherencia para servir dignamente a la Patria y a sus compatriotas, creciendo en los Cuatro Aspectos.
4. De manera homóloga a las escuelas del Instituto Armado, los grados de LA OFICIALIDAD están (o deberían estar) reservados para quienes concluyeron el camino que la Universidad y el PDMU ofrecen, es decir, adultos dueños de su destino, profesionales en su área del conocimiento y pentathletas cabales, es decir, personas que aun sin uniforme viven de manera natural según el Punto 5 del Pentálogo y el Punto 5 del Ideario. Los oficiales son, idealmente, personas que mantienen dignamente a su persona y su familia por sus propios medios, capaces de tomar a su cargo las tareas administrativas, docentes y de mando en su Unidad; de reproducir en niños, adolescentes y jóvenes los efectos del método pentathlónico. La imposición de la espada es muy significativa de todo lo que implica ser oficial: la herencia caballeresca europea e indígena nos dice muy a las claras hasta dónde debe llegar el merecedor de esta arma en la defensa de su honor, de su Patria y del prójimo, sobre todo del más desvalido; qué grado de perfección debe alcanzar su virtud; qué límites debe rebasar su fortaleza; cómo ha de ejercer el liderazgo sobre sus inferiores.
5. EL PENTATHLÓN MENOR, particularmente la Categoría Infantil, es un reto pedagógico aún no resuelto, pues subsiste la negativa a rediseñar los programas de instrucción con base en las características intelectuales y físicas de este grupo etal, a saber, su elevada dependencia del ejercicio imaginativo como principal medio cognitivo, de una parte; de la otra, su limitado vigor muscular y los cuidados que demanda su situación de crecimiento físico constante. En tanto se multiplican las Unidades y Subzonas que proponen programas de instrucción atentos a las exigencias peculiares de este sector creciente, han fracasado los esfuerzos para integrarlas en un proyecto institucional, de alcance nacional, mientras que, por otra parte, aún son mayoría los agrupamientos donde se les percibe y trata como «jóvenes chiquitos» o «adultitos». Tenemos en nuestro universo simbólico elementos de enorme valor para guiar el recorrido formativo de nuestros niños, como los Niños Héroes o nuestros animales representativos (totémicos), esperando solamente a asumir el protagonismo didáctico que merecen como estimulantes de la imaginación o modelos de conducta.

Nuestros patronos o modelos
Todas las grandes instituciones conservan el nombre y la memoria de sus prohombres, de quienes considera máximos modelos de su noma de vida, para que, imitándolos, sus miembros tengan a mano un camino asequible para alcanzar la meta común. El PDMU no es la excepción, y así como en las esferas celestes están jerarquizadas las cortes de bienaventurados alrededor del Ser Supremo, en nuestro universo simbólico, los Héroes Nacionales giran alrededor del supremo concepto de la Patria, destacando entre ellos los Niños Héroes de la Defensa de Chapultepec; luego colocamos los Fundadores y los Héroes Pentathlónicos.
El culto cívico a los Símbolos y los Héroes de la Patria está en el centro de todas nuestras ceremonias, como debería estar en el centro de nuestra devoción personal, después del Ser Supremo para quienes creen en Él. El PDMU es una custodia del culto a la Patria y sus Héroes; es faro de civismo y amor patrio en medio de una sociedad cada vez más desidentificada con su ser y raíz, o incluso fascinada por banderas ajenas, nacionales o ideológicas; por modelos de vida decadentes.
1. El pentathleta –universitario– sabe que la «historia de bronce» es dictada por los vencedores, y que no siempre vence quien está del lado de la justicia y de la verdad. Así, el pentathleta sabe ver las luces y las sombras de LOS HÉROES PATRIOS, sin que su cualidad humana los demerite; sabe distinguir en la «mitología cívica» lo que hay de auténticamente ejemplar y lo que hay de legitimación ramplona. Por eso no tiene empacho en recuperar la digna memoria de los prohombres que la crónica oficial ha desvirtuado o marginado, ni en rendir homenaje a quienes la ciencia histórica objetiva cuestiona su existencia o sus hechos, preservando su valor simbólico.
2. En este segundo caso se encuentran LOS NIÑOS HÉROES DE LA DEFENSA DE CHAPULTEPEC. Sabemos positivamente que no fueron sólo seis, y que los actos y nombres atribuidos por la mitología cívica son sólo representativos de la cima alcanzada por su heroísmo. Su figura se agiganta en el panteón del PDMU por la perfección con que encarnan la lealtad a su Patria y su Institución; su valor para enfrentar una batalla imposible, absurda si se pondera al margen del amor y la fraternidad. Son el modelo de perfección en la vida del cadete.
3. Los FUNDADORES DEL PDMU ocupan el tercer orden en nuestro culto cívico. No los vemos como «propiedad» exclusiva del Pentathlón, sino como los jóvenes visionarios y esforzados que, primero, gestaron nuestra Institución; luego, como adultos, sirvieron a la Patria con toda su energía, conocimientos profesionales y profundo civismo, marcando el camino con su ejemplo. Los refiero antes que a los Héroes Pentathlónicos porque –enseña nuestra ideología– «si te entusiasma morir como héroe, considera que la Patria, más que muertes, necesita vidas victoriosas» [Código Fundamental, «Ideario», 27]. En nuestros días, luego de tres cuartos de siglo en esta andadura iniciada por ellos, conviene mirar nuevamente su ejemplo de «vida victoriosa». Los Fundadores nos recuerdan que el origen, el método y el fin pentathlónicos sólo existen en la juventud de México; nos enseñan que el PDMU nos prepara para vivir plenamente, realizándonos en el servicio y en el perfeccionamiento de nuestras facultades, que es nuestra manera de buscar La Grandeza de la Patria [Código Fundamental, Art. 1].
4. Los HÉROES PENTATHLÓNICOS, por su parte, ejemplifican la cima que debe alcanzar el sentido de fraternidad y la vocación de servicio. Guardamos en lo más profundo de nuestro corazón el nombre y memoria de quienes ofrendaron su vida por salvar o defender la de un compañero, porque su muerte es una ofrenda a la vida:
«Existes para la vida, y aunque tengas que morir, con tu vida o con tu muerte ayudarás a vivir a los demás» [id., «Mensaje al Pentathlón Menor», 14].
Animales totémicos y mascotas
Perdamos el miedo a llamar a las cosas por su nombre, como desde el inicio de esta disertación nos invita el experto Guiraud. Los «animales totémicos» son un elemento de la mayor relevancia en los marcos simbólicos, pues las cualidades o vicios que atribuimos a los animales, son proyección de los nuestros. Los pueblos primitivos y las civilizaciones clásicas por igual se han servido de ellos como «guías morales» o incluso «espirituales», así que nada hay de malo en reconocer, como hombres modernos, que somos herederos de este elemento cultural, con los matices que necesariamente impone nuestro conocimiento más amplio y elevado.
Para la doctrina cristiana es muy familiar la paloma como representación del Espíritu Santo, tanto como son familiares para el mexicano el águila real y la serpiente de cascabel plasmados en nuestro Escudo Nacional. Con ese mismo respeto, hablemos aquí de nuestros animales representativos.
1. EL ÁGUILA BICÉFALA conjunta en su figura nuestros valores más altos: Patria, Honor y Fuerza [id., «El Simbolismo de la Bandera Guión»], y más aún, conjunta en una sola figura dos símbolos culturales de la gran relevancia para México: el Águila Real tomada de nuestro Escudo Nacional, representación de nuestras aspiraciones espirituales como pueblo, y el Águila del Escudo de la Universidad Nacional, símbolo de las máximas alturas intelectuales. Como enseña nuestra ideología, las dos cabezas de nuestra Águila representan asimismo la presencia, en cada uno de los pentathletas, de las potencias complementarias que nos hacen humanos plenos: emoción e intelecto, razón y fe.
2. EL ÁGUILA CON SEIS BAYONETAS, por su parte, es una alegoría en la que se conjuntan varios de los símbolos mencionados más arriba: se trata de un Águila Real, por lo tanto, es una representación de la mexicanidad, reforzada por el pendón tricolor que la rodea. Su mirada, dirigida a lo alto, remite al simbolismo que damos a las alas en la Bicéfala: trayectoria ascendente y firme. Las Bayonetas representan a los Niños Héroes, modelos nuestros en cuanto a sentido del deber y entrega patriótica; por lo tanto, también representación del ideal que busca el cadete pentahtleta. Considerados estos elementos, llamar ‘mascota’ a esta imagen es, incluso, peyorativo, y su uso en las playeras de los reclutas o los banderines de los equipos deportivos tiene implicaciones simbólicas que pocas veces nos detenemos a examinar.
3. Lo mismo puede decirse de EL OSO GRIS, insignia obligada en los uniformes de competencias deportivas, además de optativa para reclutas y banderines. En tanto que representación simbólica de uno de nuestros valores –la «Fuerza»– y alegoría de nuestro comandante Ad Æternum, merece una consideración superior a la de ‘mascota’.
Es necesario capitalizar el poder simbólico de estas imágenes como vehículos para la trasmisión de nuestros valores e ideales, sobre todo entre los elementos del Menor-Infantil, que son altamente receptivos a los mensajes alegóricos, y aún maleables en cuanto a la adopción permanente de valores y hábitos. Podrían producirse «relatos formativos» basados en la figura del Águila, del Oso o incluso de los Niños Héroes, que guíen la evolución cognitiva, axiológica y física de los niños. Por ejemplo, se sabe de un programa experimental basado en la historia vital del osezno, que adapta los contenidos principales de la Escuela de Reclutas a las características físicas y psicoafectivas de los más pequeños; de propuestas para estimular el desempeño y perseverancia de los Menores, más o menos homólogos a los grados de Clases (osos de bronce, plata y oro; acumulación de estrellas; adición de cintas grises en los antebrazos), pensados para fomentar su permanencia hasta ser «osos grises» maduros, es decir, hasta la edad en que pueden hacer la protesta como cadetes.
Sin embargo, mientras estas propuestas no sean sancionadas, corregidas y dictaminadas por el Mando, se carecerá de la plataforma institucional y pedagógica necesaria para que arraiguen y den frutos significativos.

Cromática «Gris, Azul y Oro»
Pocas veces nos detenemos a revisar los valores que nuestros Fundadores asociaron a la cromática que nos distingue como institución, y menos aún consideramos el simbolismo que heredan de la tradición heráldica. Vistos desde esta perspectiva, los colores son un lenguaje en sí mismo, trasmiten mensajes bien delimitados, y sólo puede atribuirse a una ignorancia rampante el desprecio a ellos que vemos en distintas Zonas o Unidades: ¿en qué se relacionan con nosotros los rojos, verdes, negros y hasta anaranjados o rosados que delatan abundantes fotografías?
Para comenzar, ¿cuál es el origen de nuestros colores? ¿Por qué no elegir, digamos, los colores de nuestra Bandera Nacional? ¿Por qué no los del Instituto Armado? Esto abarca varias perspectivas, y es prioritario que tengamos conciencia de ello.
La primera perspectiva es nuestro origen universitario. Desde el principio, la Universidad Nacional Autónoma de México se ha identificado por el Azul y el Oro, una combinación heráldica de gran significación que en nuestro Código Fundamental está bien explicitada, dentro de las líneas dedicadas a describir nuestro Guión.
La segunda perspectiva es el impedimento legal y positivo de emplear los colores o figuras de nuestros Símbolos Patrios para la identificación de instituciones ajenas al Estado.
La tercera, es la prohibición explícita del Instituto Armado de emplear colores en nuestras enseñas o uniformes que provoquen confusión entre nuestros muchachos y los militares de línea, con los consiguientes riesgos a su integridad o seguridad.
Es de los criterios anteriores que deriva nuestra cromática:
1. EL GRIS PERLA, llamado ‘plata’ en heráldica, tiene asociados desde hace milenios los conceptos de ‘virtud’, ‘pureza’ y ‘humildad’. No es gratuito que sea el color de la camisola del Uniforme de Costa para oficiales, pues este escalón, el de los «caballeros» que antes mencionamos, representa lo más decantado de nuestras virtudes; ni que sea el color del Uniforme Número 3, con el que nuestros Cadetes deberían presentarse ante la sociedad cuando están de francos, o del Número 4, que visten los miembros del Mando y el Comando al asistir a reuniones de trabajo técnico dentro y fuera de la Institución.
2. EL GRIS ACERO, de polémico origen, remite a conceptos como ‘tenacidad’, ‘fuerza’ y ‘vigor’. Si bien parece que un primer momento fue la solución más a la mano para acatar la prohibición del Ejército, pues no lo empleaba ninguna de sus corporaciones, el paso del tiempo lo ha consagrado como el color del uniforme pentathleta, y no es sólo por la tonalidad que disimula bien el polvo acumulado durante las prácticas. Aunque es difícil documentar las hipótesis sobre el uso de este color en nuestro Uniforme Número 1, una de las versiones más entrañables dice que se eligió como homenaje permanente a nuestro Comandante Ad Æternum, apodado fraternalmente «El Oso Gris». Otra dice que es el color empleado entonces por los obreros, siendo los pentathletas de las primeras generaciones, en su mayoría, hijos de esta abnegada clase. Puede haber algo de verdad en ambos relatos, pero lo indiscutible es que el PDMU ha hecho historia con él.
3. EL AZUL o ‘azur’ es el color de la inteligencia, la libertad, el afán de trascendencia. Sea o no intencional su empleo en nuestros tocados, sobrehombreras y cintas de grado, sí es significativo de nuestro «ser cadetes», «ser universitarios»: hombres y mujeres de pensamientos «amplios, puros y benévolos para todos» [id., «Ideario», 42], abiertos a la cultura, al debate de las ideas, y libres para seguir nuestras convicciones.
4. EL ORO, o amarillo brillante en las prendas deportivas, evoca honor, perfección y cuanto es sublime. Basta ver lo que dice el Código Fundamental sobre el Águila Bicéfala y las Estrellas representativas del Pentálogo.
Debemos reconocer que para los no iniciados, y para más de un ignorante voluntario, nuestros colores parecieran ser demasiado pocos, y poco vivaces. Esto también puede acarrear algunos tropiezos, sobre todo entre los Pentathletas Menores, afectos por naturaleza al color y la luz, pero también es un área de oportunidad para instruirlos sobre las diferencias esenciales entre el PDMU y otras instituciones.

Los signos exteriores
El uniforme no hace al pentathleta. El marrazo no hace al cadete, como tampoco la espada o el sable hacen al oficial. Tampoco el tumbling, la defensa personal, el tiro, el campismo, el rappel ni el orden cerrado. Todo esto sólo manifiesta, de cierta manera y hasta cierto punto, el modo de vida que adoptamos en el PDMU. Conformarse con estos signos es estéril; la verdadera riqueza está en vivir según los principios del Pentálogo y el Ideario, que al cabo se proyecta en la adquisición permanente de nuevas aptitudes, vigor y valores.
Ciertamente, la «vía de entrada» habitual es la impresión que dejan estos signos en los muchachos que presencian una exhibición o un desfile, pero nadie les puede explicar el esfuerzo, la constancia y el sacrificio que cuesta ir adquiriendo esos rasgos visibles. Ya dentro de la institución como reclutas, si logran sobreponerse al precio material del uniforme, el físico del acondicionamiento deportivo y el ejercicio de humildad que conlleva la disciplina militarizada, muchos encuentran en la exigencia intelectual y moral una expedita puerta de salida.
Por esto debemos cuidar bien la manera como los muchachos se presentan entre la sociedad, particularmente los clases u oficiales con responsabilidades directas en la instrucción. Si les permitimos que «inventen» el uniforme, ritos iniciáticos o de paso ajenos a nuestra mística, propiciamos que los reclutas lleguen con ideas equívocas desde el primer día, dificultando aún más su asimilación de nuestro método y fines.
Si se ha dejado a los signos exteriores hasta el final de la jerarquía de nuestro universo simbólico, es porque deberían ser la consecuencia de todo lo anterior, no su propósito. Esto vale sólo como recurso de reclutamiento y no debe permitirse al elemento persistir en esa «mentalidad de recluta». Esa frase tan oída de «ganarse el uniforme» o «ganarse el grado», no debe restringirse a la suma aritmética de méritos aparentes, es decir, de más signos exteriores. Ésta es la diferencia entre un «pentahleta triunfador» que deserta en cuanto gana sus insignias de cuello o su primera medalla en los Juegos Nacionales, y el «mexicano exitoso» que adquirió en el Pentathlón los medios y hábitos para, engrandeciéndose y engrandeciendo a sus prójimos, conseguir La Grandeza de la Patria.

Conclusión
La mística pentathlónica existe, y es consustancial al ser de la Institución. Pero no se trata de una colección empírica y a veces malintencionada de rituales inventados, modismos caprichosos y mitos vacíos. Una institución que se contenta con «potreadas», «novatadas» y «pulsadas» es incapaz de subsistir 75 años, sobreponiéndose a modas, ideologías de Estado, cambiantes vientos políticos y transformaciones sociales.
Nuestra mística es un auténtico universo enraizado en lo más perfecto y sublime de la mexicanidad: fortaleza, inteligencia, creatividad, nobleza de sentimientos, generosidad y sacrificio, están codificados en nuestros símbolos, ideología y modo de vida; vemos en los Niños Héroes la encarnación más pura de estos valores, y por ello los adoptamos como nuestros modelos.
Nuestra mística se traduce, en un primer momento, en el deseo y proceso de ser ‘pentathleta’, ese «combatiente multiplicado» que decía nuestro comandante Ad Æternum. ese muchacho que reconocemos como un combatiente «en todos los órdenes de la vida» nosotros lo llamamos ‘cadete’, y como tal, está consagrado al servicio de la Patria con todas sus facultades, sobre todo, con las intelectuales y espirituales.
El cadete que alcanza el mínimo de perfección que le permite ser ejemplo para los que vienen detrás, nosotros lo llamamos ‘oficial’ y, como campeón de las virtudes que entraña el modo de vida pentathlónico, se le otorgan la espada y el mando.
Nuestra mística contiene los elementos necesarios para atraer la imaginación de los niños y jóvenes, sin extraviarlos de su realidad: el ideal caballeresco, los valores atribuidos al Águila Bicéfala y el Oso Gris; la bella sobriedad de nuestros uniformes y nuestro modo de actuar marcial; nuestra resistencia física, capacidad de servicio al prójimo, perfeccionamiento constante de nuestras facultades intelectuales y morales; nuestro culto cívico a los Símbolos y Héroes Patrios, bastan y hasta sobran para ofrecer a México un modelo de juventud pujante, optimista y capaz.



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Sabiduría Pentathlónica